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Editor: Neville Blanc

Thursday, April 23, 2009

LA DEUDA


Pedro Gandolfo

El Mercurio Domingo 19 de Abril de 2009

Narrar y opinar
La historia de esta novela proviene de la crónica: la estafa que un contador llevó a cabo hace algunos años en la que resultaron víctimas artistas más o menos conocidos y gente de los medios de comunicación y, entrelazada con ella, un caso de “corrupción”, de un supuesto desvío de platas públicas para campañas electorales de candidatos de la Concertación. El engarce de ambos relatos corre por cuenta del autor: uno de los estafados en la primera historia pasa a ser acusado en la segunda. El autor de la novela, Rafael Gumucio, valiéndose de lo relativamente familiar que son los hechos, se ahorra los preámbulos y entra al medio de la intriga en el momento en que el contador, Juan Carlos Riquelme, le confiesa a una de sus víctimas, el cineasta Fernando Girón, su delito y enseguida desaparece por tres años. Luego, en la parte final de la novela, después del regreso de Riquelme, los papeles se invierten o superponen y al anterior estafado se lo acusa, a su turno, de corrupción. La deuda tiene, así, una estructura de contrapunto (hay una alusión a la novela de Aldous Huxley), de demanda y contra demanda, incluso, de duelo caballeresco, como lo expone el narrador al terminar el relato.
Gumucio busca, en la medida que la intriga es conocida, apoyarse en ella y darse tiempo para construir los personajes, situarlos social y políticamente, analizar su evolución, conflictos y exponer sus motivaciones. Aunque la novela se despliega en una clave naturalista, la elección de estos relatos obedece a que el autor le confiere valor simbólico respecto a la historia más reciente de Chile.
En La deuda el lector encontrará demasiadas explicaciones: por momentos el columnista Gumucio tiende a opacar al novelista Gumucio. La dosis de ensayo o reflexión en una novela es discutible (los ejemplos son múltiples en la literatura contemporánea) y queda dentro del margen de la libertad creativa; sin embargo, al optar por un narrador prácticamente omnipotente, el autor de la novela no sólo conduce el relato e indaga la interioridad de sus personajes que conoce tan bien o mejor que ellos: todavía más, y esto es lo que induce a confusión, a veces sustituye esa interioridad con discursos propios o decae en opiniones un tanto simplistas y expuestas con un énfasis sentencioso ( “Sobre el sexo y la violencia se pueden decir todo tipo de mentiras sin ser nunca desmentido por alguien”, por ejemplo), lo cual las distancia de una reflexión original u observación iluminadora. Un narrador con tanto fuero rinde a veces (cuando sirve para algunos saltos o giros dramáticos que sorprenden y ponen al lector a raya o permite extender el radio temporal y espacial de la novela), pero otras puede pesar como un exceso de fraseología que resta agilidad y profundidad al relato.
El nivel más alto de La deuda se alcanza, al contrario, cuando más que tratar de persuadir o dar su interpretación de los hechos, Gumucio interpela la imaginación visible del lector o recrea la forma de expresarse de sus personajes. Los capítulos, en esos casos, operan como breves secuencias de una película y su tramado mutuo es un buen montaje, sin “voz en off”. En ellos, a través de detalles descritos de modo escueto y los giros precisos de las voces, cuando se deja espacio para que los personajes y paisajes hablen a partir de su propia singularidad, aparece ante los ojos y oídos del lector la realidad social y política en acción, sin necesidad de discursos. Así, ciertos modos de ser, de decir y de pensar, ciertos lugares de Santiago resultan reflejados con perspicacia y con un apego modesto que los ennoblece.
Los personajes principales (sobre todo Fernando Girón), si bien progresan, se desencuentran, tantean y procuran volver a encontrarse, están al borde de convertirse más bien en pregones e instrumentos del narrador omnipresente que en seres verosímiles. Al revés, en su periferia (que nunca es tanto) personajes como Fernanda, María de Los Ángeles Lehuedé o Pedro Labbé, y otros, son reconocibles y protagonizan escenas memorables, pequeños relatos dentro de la novela, en los que una dosis de comicidad, de pantomima o de tono melodramático, los aleja del estereotipo fácil de clasificar.
Gumucio plantea una interpretación de Chile en los últimos años, intenta narrar las huellas y cicatrices equívocas que nuestro devenir más reciente ha dejado en los individuos. La contrapartida al riesgo literario que implica un proyecto de esa magnitud —que puede caer en lo discursivo o superficial— es una solución que apunta hacia los difusos límites de la culpa, al rechazo de cualquiera autoimputación de pureza moral y que formula preguntas incomodas acerca de quién es la víctima y quién es el victimario, qué tanto se es culpable o inocente o quién debe pedir perdón y quién darlo.


2 Comentarios publicados

Posteado por:Paloma Henríquez Baño 19/04/2009 15:57[ N° 1 ]
No he leído el libro de Gumucio, pero fue un placer leer esta columna, porque me parece que la crítica de Pedro Gandolfo acierta en describir notablemente bien un vicio frecuente de la literatura narrativa que en los últimos tiempos me ha tocado en suerte: ese narrador opinante que, no conforme con tener en sus manos el sentido estético de la narración, agrega aquí y allá, a título personal y perdiendo con ello precisamente el sentido estético del relato, pretendidos sentidos éticos (la opinión desnuda) habitualmente poco felices. Seguramente hay cosas peores, claro; no sé por qué de un tiempo a esta parte me molesta tanto ésta.

Posteado por:Arturo Montes Larrai­n19/04/2009 16:32[ N° 2 ]
Con tal marketing, gracias Pedro, jamás compraré el librito, es obvio. Pero me sorprende en tu escritura, 2º párrafo, 4ª línea, ese indicativo que debió ser subjuntivo proveniente del infinitivo en el verbo "desplegar". Mi amistad.

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